miércoles, 5 de marzo de 2014

Last one.

Una ultima canción fue cantada entre los auditorios de la ciudad, una creación melancólica y a la vez salvaje que al ser escuchada trajo locura a cuantos la percibieran. Siquiera el mas leve sonido lo lograba, era suficiente la sugerencia para dejar al mas fuerte de todos temblando como un recién nacido. Dicen que su compositor no tenia rostro, que era uno de los fae, que detrás de las telas en las cuales brillaban sus ojos tan solo existía frió invierno. Otros claman que la canción era diferente para cada uno, que era el sonido que la muerte misma creaba al galopar su corcel en busca de aquellos sin derecho a vivir. Y el mas triste de todos estos cuentos cuenta que su autor fue un brioso joven que, dedicando su vida al arte, había logrado comprender el corazón de su gente. Y este fue su canto: La fuerza misma de su pueblo hecha sonidos, su historia, sus fallos y victorias, hasta la ultima sonrisa había sido puesta en esa canción y ellos, desnudos por completo, ante el mundo y los dioses, solo pudieron perder su mente pues todo estaba allí, completo y desnudo, cada secreto que podía herirlos ahora vibraba en el aire. Su nombre había sido hablado en voz alta y ese mismo nombre los dioses escucharon, desde los albores del tiempo, a través de la existencia, ese nombre repitieron, destruyéndolo para siempre.

It still reeks.

El olor ascendia fuerte y letal, las semillas se habian alimentado por siglos de los restos humanos que los sacerdotes Urialicos lanzaban por el gran foso que marcaba su altar. Alli ellos proclamaban que los dioses bendencia la sangre de los caidos y la beberian en señal de complacencia. Es tal vez anecdotico que esta premisa comenzase gracias a un joven apotecario que conocia los usos de estas plantas y recomendase el su uso a algunos de los venerados ancianos locales. Era obvio que sus capacidades podian ser utilizadas para deshacerse de cuanto cadaver putrefacto o plaga afectara a los alrededores y asi mismo lo expuso el. Decadas despues al pararme yo ante ese mismo envejecido altar me resigno a la estupidez de los hombres, de los que obran el bien y de los que obran el mal, ambos simples e inutiles, que tan solo se mueven con el vaiven del viento. Los maldigo en mis propias capacidades, extendiendome en las olas del tiempo y reacomodando las palabras cruzadas, los malentendidos, borrando el intercambio y la sugerencia, purgando la memoria del Amaranto Negro, la planta que amenazo con crecer hasta el cielo  y deborar nuestra tierra.
Es por eso que me sorprende, una vez que he terminado mi obra y frente a mi solo queda un pozo olvidado, sin demasiado uso mas que para chatarra perdida, que todavia sienta el mundo impregnado de su veneno.
 
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.